lunes, 15 de abril de 2013

16 de abril


Un día como hoy, 16 de abril pero del 2000, fui, por primera vez y para siempre, papá. Era papá de un bebé de 3.1 kg y de 49.5 cm de estatura. Hoy, 13 años después soy padre de un guapo, adolescente formal y enorme. Y volteando la mirada hacia el pasado, puedo observar con todos los colores que el daltonismo me permite, darme cuenta que es muy fácil no dormir por estar arrullando y cambiando el pañal de un bebé que exige comida, que tiene calor, hipo o simplemente quiere mirar y sonreír a su alrededor. Es menos sencillo cuidar a un adolescente que se siente mayor y que dice no necesitar cuidados aunque grite con vehemencia que los desea; es menos sencillo cuidar a un adolescente que no se deja cuidar y que no se deja mimar aunque reclame mimos.
Héctor, yo estoy aquí para ti, ahora sin pañales en las manos ni su característico olor a talco, sin biberones, pero aún sin dormir, aunque ahora por otras causas, por preocupaciones tan importantes como las de hace 13 años. Al principio, en aquellos días, mi preocupación principal era que vivieras con salud y con alegría; era que aprendieras a sobrevivir, a estar con los demás, que tu aprendizaje funcionara para tu futuro inmediato y a largo plazo. ¿Y ahora? ¿Ahora no es lo mismo? ¿Ahora no esperamos eso mismo tú y yo? La diferencia está en que ahora tú participas en ello, ahora tú también decides lo que aprendes y eso para mí, es una doble preocupación.
¡Ay! Si siguieras siendo ese bebé de tres kilos cien gramos, de cuarenta y nueve centímetros y medio, ese bebé de sonoros llantos y de interminables biberones, seguirías siendo ese hombre del futuro que sonríe, que llora, que llena mis esperanzas y vacía mis bolsillos.
Yo, como tu padre, estoy por ti y para ti aunque ahora me hayas transformado en un increíble monstruo que te ama.


¡Feliz cumpleaños hijo y gracias por hacerme feliz!